"Las habladurías del mundo"
ARTAUD
Luis Alberto Spinetta
No hay muchos caminantes esta mañana. Las calles están mas bien vacías, las llena sólo el viento y las hojas amarillas, y hace un frío indecente. Pero no me molesta, no, para nada. Me gusta sentir el viento frío en la cara, me gusta que atraviese mis cachetes, mis orejas, mi garganta.
En otoño siempre voy caminando con los ojos clavados en el cielo, allá bien arriba, en la copa de los árboles. A veces me gusta pensar que cada uno lleva un nombre, cada árbol digo, algunos hasta llevan apellido. Los altos y delgados tienen cara de Fermín o de Juan. Los regordetes son mis favoritos, con ellos tardo un poco más, tengo uno que quiero mucho y que se llama Rigoberto Blass. Hay otros que son un poco más viejos, más sabios. A esos me da por llamarlos Jacinto, o Samuel, o Sr Abraham. Quizás de esa manera los hago mas míos, no sé.
La semana pasada ví uno al que le puse Mateo. Era un arbolito bien pequeño, estaba apenas naciendo en la ribera de un río. Recuerdo verlo con esas hojitas suyas, bien claras y de tallo pintón. ¡Es un sol mi Mateo! Tengo un par de hojas suyas guardadas bajo mi almohada. Otras las tengo en mitad de una novela. Esas están un poco secas ya, pero se mantienen bellas igual, no creas que no.
¡Tengo que pasar a verlo pronto! ¡Hace mucho que no lo veo! Un día…. ¡o dos quizás!. No quiero que piense que lo he olvidado, no, yo nunca haría eso, no podría, ¡jamás! Además quiero verle cuando retoñe, verlo con sus primeras hojitas de colores. Y si ese día amanece tan frío como este quizás me acerque y le de un abrazo. Con ambos brazos y sin vergüenza. Si, seguro que si. Seguro lo haré. Seguro cuando lo vea le de un abrazo.